I
Se despertó, abrió los ojos. La habitación le decía poco; había estado demasiado sumergido en la nada, de la que acababa de emerger. No tenía fuerzas para definir su situación en el tiempo y en el espacio; tampoco lo deseaba. Estaba en algún lugar; para regresar de la nada había atravesado vastas regiones. En el centro de su conciencia había la certidumbre de una infinita tristeza, pero esa tristeza lo reconfortaba porque era lo único que le resultaba familiar. No necesitaba otro consuelo.
Paul Bowles
El cielo protector. 1949
traducción: Aurora Bernárdez
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