Sula

18 Ene

En otro tiempo, en aquel lugar donde arrancaron de raiz las matas de beleño y de zarzamora para hacerle sitio al campo de golf de Medallion City, había un barrio. Ocupaba las colinas, por encima de la ciudad de Medallion – construida en le valle-, y se extendía hasta el río. Ahora, el lugar recibe le nombre de barrio residencial, pero, cuando vivían allí los negros, lo llamaban el Fondo.

pandora y los ninos

26 Sep

ikoni

Las obras escogidas de T.S. Spivet

16 Abr

иконографияПравославни иконимека мебелEl teléfono sonó bien avanzada una tarde de agosto, cuando mi hermana mayor, Gracie, y yo descansábamos en el porche de la parte trasera, pelando mazorcas de maíz sobre las enormes tinajas de latón. Las tinajas guardaban aún las marcas de los pequeños dientecillos de Verywell, el perro del rancho, que la primavera anterior había cogido una depresión y acabó mordiendo metales.

Quizás debería aclarar esto. Cuando digo que Gracie y yo estábamos pelando las mazorcas quiero decir que Gracie estaba pelando las mazorcas, mientras que yo dibujaba en uno de mis cuadernos azules en espiral un digrama sobre cómo ella pelaba las mazorcas.

Las obras escogidas de T.S. Spivet

Autor: Reif Larsen

Traducción: Irene Zoe Alameda

Editorial Seix Barral, 2010

La larga siesta de papá

24 Mar

No sé si el cuento que ha venido a entristecerme es para niños; puede ser un cuento de niños para padres o para que un padre y su hijo lo escuchen cogidos de la mano.
Empieza así:
Hace muchos, muchos, muchos años, en la antigua China, en una ciudad de papel y barro, blanca de caolín, entre plantas de arroz y té, un niño igual que todos los niños, volaba su cometa.

[Juan Farias: Algunos niños, tres perros y más cosas. Espasa, 1985 (6ª ed.)]

Sputnik, mi amor

27 Feb

A los veintidós años, en primavera, Sumire se enamoró por primera vez. Fue un amor violento como un tornado que barre en línea recta una vasta llanura. Un amor que lo derribó todo a su paso, que lo succionó todo hacia el cielo en su torbellino, que lo descuartizó todo en un arranque de locura, que lo machacó todo por completo. Y, sin que su furia amainara un ápica, barrió el océano, arrasó sin misericordia las ruinas de Angkor Vat, calcinó con su fuego las selvas de la India repletas de manadas de desafortunados tigres y, convertido en tempestad de arena del desierto persa, sepultó una exótica ciudad amurallada. Fue un amor glorioso, monumental. La persona de quien Sumire se enamoró era diecisiete años mayor que ella, estaba casada. Y debo añadir que era una muer. Aquí empieza todo y acabó (casi) todo.

Sputnik, mi amor

Autor: Haruki Marakami

Edición: Tusquets Maxi

Los enamoramientos

20 Feb

La última vez que vi a Miguel Desvern o Deverne fue también la último que lo vio su mujer, Luisa, lo cual no dejó de ser extraño y quizá injusto, ya que ella era eso, su mujer, y yo era en cambio una desconocida y jamás había cruzada con él una palabra. Ni siquiera sabía su nombre, lo supe sólo cuando ya era tarde, cuando apareció su foto en el periódico, apuñalado y medio descamisado y a punto de convertirse en un muerto.

Título: Los enamoramientos

Autor: Javier Marías.

Editorial Alfaguara, 2011

Novecento

18 Feb

Siempre sucedía lo mismo: en un momento determinado, alguien levantaba la cabeza… y la veía. Es algo difícil de comprender. Es decir… Éramos más de mil en aquel barco, entre ricachones de viaje, y emigrantes, y gente rara, y nosotros… Y, sin embargo, siempre había uno, uno solo, uno que era el primero… en verla. A lo mejor estaba allí comiendo, o paseando simplemente en el puente… , a lo mejor estaba allí colocándose bien los pantalones…, levantaba la cabeza un instante, echaba un vistazo al mar… y la veía. Entonces se quedaba como clavado en el lugar en que se encontraba, el corazón le estallaba en mil pedazos y siempre, todas las malditas veces, lo juro, siempre, se volvía hacia nosotros, hacia el barco, hacia todos y gritaba (suave y lentamente): América.

Título: Novecento
Autor: Alessandro Baricco
Editorial: Anagrama
Traducción: Xavier González Rovira

¡Puta guerra!

17 Feb

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Éramos nosotros los soldaditos bajo un sol de justicia, los pies en los trigales, la cabeza en el campo de honor, el canguelo en el vientre y la mierda en el culo.

[Jacques Tardi. ¡Puta guerra! Norma Editorial.]

La sombra del viento

8 Feb

Todavía recuerdo aquel amanecer en que mi padre me llevó por primera vez a visitar el
Cementerio de los Libros Olvidados. Desgranaban los primeros días del verano de 1945 y
caminábamos por las calles de una Barcelona atrapada bajo cielos de ceniza y un sol de
vapor que se derramaba sobre la Rambla de Santa Mónica en una guirnalda de cobre
líquido.
—Daniel, lo que vas a ver hoy no se lo puedes contar a nadie —advirtió mi padre—. Ni
a tu amigo Tomás. A nadie.
—¿Ni siquiera a mamá? —inquirí yo, a media voz.
Mi padre suspiró, amparado en aquella sonrisa triste que le perseguía como una sombra
por la vida.
—Claro que sí —respondió cabizbajo—. Con ella no tenemos secretos. A ella puedes
contárselo todo.
Poco después de la guerra civil, un brote de cólera se había llevado a mi madre. La
enterramos en Montjuïc el día de mi cuarto cumpleaños. Sólo recuerdo que llovió todo el
día y toda la noche, y que cuando le pregunté a mi padre si el cielo lloraba le faltó la voz
para responderme. Seis años después, la ausencia de mi madre era para mí todavía un
espejismo, un silencio a gritos que aún no había aprendido a acallar con palabras. Mi padre
y yo vivíamos en un pequeño piso de la calle Santa Ana, junto a la plaza de la iglesia. El
piso estaba situado justo encima de la librería especializada en ediciones de coleccionista y
libros usados heredada de mi abuelo, un bazar encantado que mi padre confiaba en que
algún día pasaría a mis manos. Me crié entre libros, haciendo amigos invisibles en páginas
que se deshacían en polvo y cuyo olor aún conservo en las manos. De niño aprendí a
conciliar el sueño mientras le explicaba a mi madre en la penumbra de mi habitación las
incidencias de la jornada, mis andanzas en el colegio, lo que había aprendido aquel día…
No podía oír su voz o sentir su tacto, pero su luz y su calor ardían en cada rincón de aquella
casa y yo, con la fe de los que todavía pueden contar sus años con los dedos de las manos,
creía que si cerraba los ojos y le hablaba, ella podría oírme desde donde estuviese. A veces,
mi padre me escuchaba desde el comedor y lloraba a escondidas.

01-La Sombra del Viento

Memorias del subsuelo

23 Ene

Soy un enfermo. Soy un malvado. Soy un hombre desagradable. Creo que padezco del hígado. Pero no sé absolutamente nada de mi enfermedad. Ni siquiera puedo decir con certeza dónde me duele.

Título: Memorias del subsuelo

Autor: Fedor Dostoyesvski.

Editorial Juventud

Traducción: Mariano Orta Manzano